Sonnenuntergang (Ocaso)

Sobre el pavimento corren líneas en movimiento que se cruzan y se suman; se deforman y se separan como culebras de petróleo sobre el agua. Son producidas por movimientos de seres caminantes y maquinas que comienzan a terminar su rutina; cada día se prolongan perseverantes. El otoño es pleno, los cielos se tornan anaranjados y horizontales, los días se despiden siempre más temprano y el vapor de mi aliento agrega un filtro de incertidumbre a mi visión.

Vivimos en un eterno atardecer, la potencia de la luz disminuye como si estuvieran licuando sus colores hasta aniquilarla. Sé que se avecina, lo huelo. Sin dar tregua el invierno nos mostrará su aliento y nos gritará, a mi y a todos los que vivimos aquí. Nos secuestrará y nos obligará a permanecer adentro y a respirar desde su boca oscuridad pura, así a tientas comenzaremos el eterno ejercicio de buscar la luz y con ella un escape.

Las sombras avanzan y ennegrecen, ya no son solamente de las personas, ahora grandes superficies, moles de penumbra con forma de edificios se hacen inmensas y van pintando todo a su paso, carcomiendo brillos y esperanzas. Las sombras pasan sobre mi, crecieron tanto que han sumergido la ciudad completa. Todo se destiñó. No puedo evitar suspirar mientras fijo mi atención en la fugaz transición entre el día y la noche. El gris me ha tragado de manera tan repentina que he quedado vacío por dentro, me han arrebatado el día como quien le arrebata a una madre su niño. Y aquí me encuentro, en mi metro cuadrado de negrura, sin aliento, esperando un rescate o una simple ayuda, un empujón para desentumirme, para sacudirme los cuervos de los hombros y volver a caminar hacia el día donde volvamos a vestirnos de color.

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 Publicado en revista Guacamayo #5 - Editorial Ojos de Sol, Madrid, España
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